
Entregale la canasta con los frutos
coloridos, olorosos, rociados de frescura
que extrajiste de tu propio huerto
lavándolos del polvo en el agua del pozo
de tu patio, de tu tierra, de tu espacio.
Extendiéndole los brazos, entregásela;
y la hiel miserable que a veces lo domina
cobrará un masazo necesario, oportuno.
Quizás entonces se reencuentre
con las gotas cristalinas de otros jugos…
Y volverá a disfrutar de aquellas uvas.
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